Pippin miró fuera amparado en la capa de Gandalf. No sabía si estaba despierto o si dormía, dentro aún de ese sueño vertiginoso que lo había arrebujado desde el comienzo de la larga cabalgata. El mundo oscuro se deslizaba veloz y el viento le canturreaba en los oídos. No veía nada más que estrellas fugitivas, y lejos a la derecha desfilaban las montañas del sur como sombras extendidas contra el cielo.