Era cerca de medianoche y el Primer Ministro estaba sentado solo en su oficina, leyendo un memorando largo que resbalaba por su cerebro sin dejar el más mínimo rastro de significado. Estaba esperando una llamada del Presidente de un país lejano, y mientras se preguntaba cuándo llamaría el desgraciado, trataba de suprimir recuerdos desagradables de lo que había sido una semana muy difícil, larga y agotadora, no había espacio en su cabeza para nada más. Cuanto más trataba de concentrarse en la página que tenía ante él, mas claramente veía la cara burlona de uno de sus oponentes políticos.