- Dirección de Producción de Contenidos
- Reflexiones
- Visto: 253
Taller de propósito de vida - Cápsula 1
Actividades prácticas para construir tu propósito de vida.
Mira el video en el siguiente link: https://youtu.be/WVGgcsw7xkA
Actividades prácticas para construir tu propósito de vida.
Mira el video en el siguiente link: https://youtu.be/WVGgcsw7xkA
Ante la puerta de entrada del convento de Mariabronn —un arco de medio punto sustentado en pequeñas columnas geminadas— alzábase, en el mismo borde del camino, un castaño, solitario hijo del mediodía que un romero había traído en otro tiempo, árbol gallardo de robusto tronco. Su redonda copa pendía blandamente sobre el camino y aspiraba las brisas a pleno pulmón. Por la primavera, cuando todo era ya verde en derredor y hasta los nogales del convento ostentaban su rojizo follaje nuevo, aún demoraba buen trecho la aparición de sus hojas.
Hace miles de años los Toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero de hecho, eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados. Formaron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en Dios».
Navidad no será Navidad sin regalos —murmuró Jo, tendida sobre la alfombra. —¡Es tan triste ser pobre! —suspiró Meg mirando su vestido viejo. — No me parece justo que algunas muchachas tengan tantas cosas bonitas, y otras nada —añadió la pequeña Amy con gesto displicente. —Tendremos a papá y a mamá y a nosotras mismas —dijo Beth alegremente desde su rincón. Las cuatro caras jóvenes, sobre las cuales se reflejaba la luz del fuego de la chimenea, se iluminaron al oír las animosas palabras; pero volvieron a ensombrecerse cuando Jo dijo tristemente: —No tenemos aquí a papá, ni lo tendremos por mucho tiempo.
Un misionero español visitaba una isla, cuando se encontró con tres sacerdotes aztecas. - ¿Cómo rezáis vosotros? - preguntó el padre. - Sólo tenemos una oración - respondió uno de los aztecas -. Nosotros decimos: «Dios, Tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros. - Bella oración - dijo el misionero -. Pero no es exactamente la plegaria que Dios escucha. Os voy a enseñar una mucho mejor. El padre les enseñó una oración católica y prosiguió su camino de evangelizaci ón. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a España, tuvo que pasar de nuevo por la isla. Desde la cubierta, vio a los tres sacerdotes en la playa, y los llamó por señas.
—Caballero, ¿quiere hacer el favor de decirme si estoy en Plumfield?...— preguntó un muchacho andrajoso, dirigiéndose al señor que había abierto la gran puerta de la casa ante la cual se detuvo el ómnibus que condujo al niño. —Sí, amiguito; ¿de parte de quién vienes? —De parte de Laurence. Traigo una carta para la señora. El caballero hablaba afectuosa y alegremente; el muchacho, más animado, se dispuso a entrar. A través de la finísima lluvia primaveral que caía sobre el césped y sobre los árboles cuajados de retoños, Nathaniel contempló un edificio amplio y cuadrado, de aspecto hospitalario, con vetusto pórtico, anchurosa escalera y grandes ventanas iluminadas.
Las colinas de Seeonee parecían un horno. Padre Lobo, que había pasado todo el día durmiendo, se despertó. Se rascó, bostezó y fue estirando una tras otra las patas. Quería desprenderse de todo el sopor y la rigidez que se había acumulado en ellas. Madre Loba estaba echada. Su cabeza gris reposaba, en señal de cariño y protección, sobre los lobatos, cuatro animalitos indefensos y chillones. La Luna brillaba en todo su esplendor nocturno fuera de la cueva.
El viernes desperté ya a las seis. Era comprensible, pues fue el día de mi cumpleaños. Pero no podía levantarme tan temprano y hube de apaciguar mi curiosidad hasta un cuarto para las siete. Entonces ya no soporté más y corrí hasta el comedor, donde nuestro pequeño gatito, Mohrchen, me saludó con efusivo cariño. Después de las siete fui al dormitorio de mis padres y, enseguida, con ellos al salón para encontrar y desenvolver mis regalos. A ti, mi diario, te vi en primer lugar, y sin duda fuiste mi mejor regalo